10 oct 2010

UN MENSAJE DEL NIÑO JESUS

UN MENSAJE DEL NIÑO JESÚS

Cuento de Navidad


Danielito; un niño de diez años de edad, era hijo único de una pareja de no casados. La señora llevaba por nombre Concepción y el compañero de vida Natividad: eran personas de escasos recursos económicos, residentes en un pueblo vecino a la ciudad capital.
Ambos vivían de hurgar en basureros conocidos en aquel tiempo como “crematorios”, generalmente ubicados a orillas de los ríos y barrancas.
Él niño por obligación ayudaba a sus padres en esa faena, tanto en la recolecta de aquellos desperdicios como en la venta de los mismos.
Cierto día mientras introducía sus manos entre un promontorio de cartones y latas estrujadas, fue mordido por un animal que él describió como “una lagartija” pero del tamaño de un alacrán pequeño. De inmediato el padre corrió a socorrerlo, pero la referida alimaña, no la encontró.
En aquellos tiempos muchos de los trabajadores del campo acostumbraban fumar puros y eso hacía aquel hombre ese momento. También existía entre esta gente la creencia de que estregando tabaco masticado en la zona, sobre todo de las picaduras de animales, la ponzoña se desvanecía.
Los padres aplicaron el tratamiento y se despreocuparon por un momento de la situación de Danielito.
Eran las tres de la tarde de un día siete de diciembre. En la parroquia del barrio de Concepción de la capital, se celebraba en aquella noche la víspera del día de La Virgen de Concepción.
Ya casi entrada la noche llegaron a su casa. El niño lucía muy cansado, sudoroso y agotado y mientras tanto, la mano y todo su brazo derecho se inflamaba, y el dolor se hacía cada vez más insoportable.
Por sugerencias de la madre lo llevaron donde un curandero vecino. Este señor al darse cuenta de la gravedad de caso se negó a atenderlo y sugirió trasladarlo de inmediato al Hospital General.
Una de las enfermeras encargadas de la atención de Emergencias, calificó de no grave el caso y se limitó a entregar a la madre, una receta para reclamar pastillas para el dolor en la farmacia del Nosocomio, y una orden para que se presentaran al día siguiente a su respectiva consulta.
De regreso en su casa, la madre dio a beber dos pastillas al niño, de acuerdo a lo señalado por la enfermera. Con esa dosis, el niño se quedó dormido.
Amaneció el siguiente día, el padre temprano de la mañana recordó a la madre que llevarían al niño al hospital a la consulta ya señalada.
¡Bueno! Ya es hora de preparar al niño para llevarlo al hospital ─ señaló el padre.
Este día no puedo…recuerda que tengo que ayudar al padre en la misa de este día ya que la Comunidad de Señoras la ha dedicado a mi persona, por mi cumpleaños ─ respondió Concepción.
¡Ajá! ¿De manera que te importa mas tu cura y amigas, que tu hijo? ─ vociferó Natividad.
¡Mirá Nati! ¡Por favor! ─ contestó ella disgustada ─ al niño lo puedo llevar a la Virgen. Mediante Oraciones ella lo curará. Yo sé lo que te digo.
Danielito que al pasarle el efecto de las pastillas el dolor lo comenzaba a desesperar pidió al padre ─ papá. Vamos nosotros al hospital. Mi mamá tiene que atender su compromiso con la Virgen.
Está bien, hijo ─ respondió él, mientras enviaba a su señora, una furibunda mirada acompañada de frases…. (prohibidas por la censura).
Nati y la Concha tomó cada quién el camino que más le interesaba.
Daniel fue atendido por el médico de turno. Pero por razones desconocidas para la mente humana, el doctor diagnosticó nada grave aquel caso, por lo que recetó únicamente una pomada para la inflamación del brazo y otras pastillas con sus respectivas recomendaciones. Pero para el niño el dolor era tan insoportable que a momentos corrían sus lágrimas por sus mejillas tostadas por el sol.
De regreso a su casa Natividad después de aplicar al niño la medicina pidió que reposara un poco, que ese día no trabajarían.
El niño se recostó en su cama y el padre en una hamaca.
Después de cavilar un poco, el niño entre su angustia y dolor se dirigió su padre diciendo ─ papá…todavía es tiempo de asistir a la misa. Si gusta vamos aunque sea un momento.
Ajá. ¿Y como te sentís? ─ preguntó Natividad.
Me duele, y siento pesado el brazo pero no me impide en nada ─ apuntó el niño.
Pero te puede hacer daño el sol. Además; ¿Qué vas a hacer a la iglesia? ─ dijo el padre.
Quiero ver esa Virgen que tanto menciona mi mamá ─ respondió Daniel.
Eso es perder el tiempo. Te conviene mejor reposar, que de Vírgenes ni templos no vas a sacar nada ─ objetó el papá.
¡Bueno papá! Como usted dice. Esa Virgen manejada por el cura no me puede ayudar en nada pero…quiero ver ¡qué es lo que tanto hace mi mamá todos los domingos en esa iglesia! ─ expresó el niño en su inocencia.
Aquellas inocentes palabras de su hijo, resonaron en lo profundo de su conciencia, que Natividad inclinando el rostro se limitó a guardar silencio.
¿Qué le pasa papá? Se ha puesto pálido y tembloroso ─ indagó el niño ante la taciturna expresión de su padre.
Nada hijo. Solo que he recapacitado ante tus deseos de asistir a la misa. No puedo negarte que imagino que Dios te está llamando para su servicio en el Templo ─ manifestó el padre a pesar de su escepticismo.
Si papá. Me daré un frotadita de pomada en el brazo, y nos vamos ─ exclamó Daniel.
Minutos mas tarde ingresaban al Templo; aún no terminaba la Santa Misa. El niño recorrió toda la estancia con su mirada pero no descubrió ninguna señal de la madre.
El padre del niño, no acostumbrado a este tipo de reuniones despidiéndose de él recomendó ─ hijo. Me voy, tengo que ir a preparar los costales para la recogida de mañana. Te vas con tu mamá.
Si papá. Ya vamos a llegar nosotros ─ respondió el niño.
La Misa terminó. Danielito permanecía sentado en espera de su madre.
El niño siguió recorriendo su mirada en busca de la madre por todo el aposento, entre la gente que ya ese momento salía del Templo, pero ella no aparecía.
Luego centró la mirada en el Altar Mayor. Contempló por unos segundos el rostro inclinado de la Virgen. Luego le pareció ver que aquel divino Rostro se dirigía hacia él, y en ese instante una tenue, melodiosa y dulce voz le indicaba; “Ven. Acércate hasta frente al Altar”.
Él, movido como por una fuerza misteriosa, se acercó hasta quedar de pie frente al Altar.
¡Señora! ¡Madre Santa! ¿Qué desea de mí? ─ exclamó instintivamente el pequeño mientras juntando las manos las elevaba en dirección a la Celestial Señora.
¡Hijo! Te he llamado hasta acá porque quiero comunicarte que mi Hijo el Niñito Jesús, te espera el próximo veinticuatro de diciembre a las once de la noche en este mismo lugar. Por la picadura que sufriste no te preocupes que no es grave. Ahora vete a seguir aguardando a tu madre que ya pronto llegará hasta tu asiento. ¡Y algo más, hijito! Estas palabras que te acabo de expresar no las recordarás, sino hasta el veinticuatro al mediodía, y que mi Padre Celestial te bendiga ─ así concluía la Virgen aquel divino Mensaje.
Danielito tomó asiento nuevamente en el mismo lugar mientras con la mano izquierda se frotaba levemente al brazo dolorido.
La madre se aproximó hasta él inquiriendo ─ ¿ya te cansaste del esperar? Vámonos ya.
Si mamá. Nos vamos. Me está doliendo bastante el brazo ─ respondió el niño.
Aquella inflamación y el dolor fueron disminuyendo poco a poco al grado de no causarle mayores molestias.
El siguiente día aquella familia volvió a la normalidad en su humilde pero agotadora labor.
Pasaron los días. Los padres no se volvieron a preocupar por la salud del niño.
En el amanecer del veinticuatro de diciembre, al momento del desayuno el niño volvió a sentir dolor en el brazo, y la inflamación aparecía de nuevo.
¡Ay! ¡Papá! Me ha vuelto el dolor de todo el brazo ─ se lamentó el niño.
La madre corrió a cerciorarse del estado del brazo de su hijo y en el acto exclamó ─ ¡Dios Santo! ¡Mirá Nati! ¡Cómo le amaneció el brazo a esta criatura!
¡Dios mío! ¡Cómo hacemos! No lo podemos llevar al hospital porque allá donde nos compran las latas y el papel solo dos horas, de siete a nueve van a atender, y este momento son las seis y media ─ exclamó Natividad.
Perdóneme papá, yo no tengo ánimos para ir a ayudarles. Vayan a entregar los fardos ustedes, y aquí los espero. Todavía me queda un poco de pomada para el brazo ─ propuso el enfermito.
Si hijo, así lo haremos. Recuéstate un rato mientras volvemos. Ya veremos qué podemos hacer ─ expresó el padre.
Debido a las festividades Navideñas, la clientela demandante de entrega del material recolectado fue mayor que en otra época. Nuestros personajes fueron atendidos por los encargados del negocio, cerca de las once del día, motivo por el cual tardaron en regresar a la casa.
De regreso a su hogar ambos caminaban cabizbajos y meditabundos.
De pronto; ella rompiendo aquel silencio exclamó ─ Oíme Nati. El día de la misa de la Virgen, cuando me acerqué a Danielito que esperaba sentado en la banca allá en la iglesia, tuve la sensación de haberlo visto platicar con ella frente al Altar.
Bueno…cuando uno está preocupado por algún hijo, cualquier cosa se le puede ocurrir. Pero con eso; ¿qué me querés decir? ─ contestó el padre un poco distraído.
¡Bueno!. La verdad es que se me ocurre que deberíamos llevarlo esta noche a visitar al Niño Dios ─ manifestó ella.
Natividad detuvo sus pasos por unos segundos y llevándose una mano a la barbilla y con la vista fija en la nada, como impulsado por algo misterioso exclamó ─ ¡Hombre Concha! ¡Qué casualidad! ¡Eso mismo iba pensando yo en este momento, y aunque como vos sabés; no soy ningún supersticioso ni creyente; ¡talvez! ¡Se puede dar algun milagro! ¡Quién quita! El Niño Dios y esa tu tan mentada Virgen puedan sanar a nuestro hijo de ese su percance.
¡Gracias Madre Santa! Este hombre ya cayó a la cuenta. Ya aceptó que solo tu Poder y la Gracia de Dios podrá sanar a mi Danielito ─ dijo para sí misma la madre alabando a la Virgen de Concepción ─ ¡S! Nati. Tengamos fe en las cosas de Dios. Estoy segura que esta misma noche desaparecerá ese martirio del brazo de Danielito.
Llegaron a su humilde choza. El niño se había quedado dormido en una hamaca, con el brazo enfermo al descubierto y tendido sobre el pecho.
Pero todo el brazo estaba muy inflamado y terriblemente amoratado.
Natividad, al contemplar a su hijo en aquel estado, cubriéndose el rostro con ambas manos, gritó escandalosamente (extraño en un hombre) ─ ¡Mi hijo! ¡Dios mío! ¡Mi hijo! ¡Llevémoselo ya a la Virgen,
Ante la angustiada locución del padre el niño se despertó impresionado y preguntó extrañado por aquella inusual expresión ─ ¿Qué sucede papá?
¡Tu brazo, hijo! Se ha puesto peor ─ se adelantó a responder la madre.
¡Ay hijito! ¡Te ha de doler demasiado! ─ expresó el padre.
Si. Me duele un poco mas que ayer. Pero estoy bien ─ manifestó el niño.
Danielito se había sentado en la hamaca e intentó recostarse de nuevo, pero al tratar de hacerlo quiso extender el brazo dolorido a la altura de la frente pero la inflamación se lo imposibilitó. Este movimiento le hizo dar un grito de dolor y angustia exclamando ─ ¡Dios mío! ¡Virgen Santa, ayúdenme!
¿Verdad que te duele demasiado? ─ observó el padre.
Si papá. Hay momentos en que me desespera ─ comentó el niño.
Por el temor al dolor Daniel permaneció sentado en la hamaca frotándose el brazo de vez en cuando.
Dieron las cuatro de la tarde; el niño no empeoraba ni mejoraba.
¡No! ¡Como quiera que sea! Vamos a llevarte al hospital. No creo que no haya atención para enfermos esta tarde ─ expuso el padre-
No hombre Nati. Te repito; tengamos fe. Esperemos a llevarlo esta noche ante el Niño Dios ─ respondió la madre.
Ante aquella exposición de la madre; el niño dando un espectacular salto se puso de pie frente a sus padres y exclamó ─ ¡Mamá; papá! Este momento recuerdo que… ¡pero siéntense por favor! Les quiero contar algo que la Virgen me anunció aquel día en la iglesia.
¡Hijo! ¿De qué se trata? Me extraña que ni el dolor te impidiera ponerte de pie tan bruscamente ─ señaló el padre.
Si ─ respondió el niño ─ Sucede que la Virgen con sus ojitos me pidió que me acercara hasta frente al Altar. Luego me dijo que la picadura del animal no era grave, y que su Hijo; El Niñito Jesús me esperaba allí mismo en la iglesia, este día veinticuatro a las once de a noche. No me dijo qué mensaje me dará el Niño Dios. Otra cosa; y esto lo acabo de recordar: que me dijo que de lo que me indicó ese día no recordaría sino hasta el veinticuatro al mediodía. Ustedes regresaron casi al mediodía, y sin embargo hasta este momento llega a mi mente aquella recomendación de la Virgen. Así que no es necesario que vayamos al hospital. Yo creo que el Niño Dios me sanará.
Y así; Nati y la Concha pasaron el resto de aquella tarde preguntándose a sí mismos, qué misterio rodeaba la vida de su único hijo.
La madre, entre aquella incertidumbre sin respuesta para ella; se dedicó a preparar algunos bocadillos para la cena de esa noche; mientras llegaba la hora de marcharse hacia iglesia que distaba de un kilómetro de su vivienda.
El padre en la misma situación de ella, se ocupaba en arreglar el tradicional nacimiento.
Debido a la ubicación de su vivienda para llegar hasta el Templo tenían que atravesar gran parte de la ciudad.
La Santa Misa del Niño era celebrada a las doce de la noche. Pero entre las nueve y las once y media se llevaban a cabo los ensayos y presentaciones de pastorelas que visitaban desde varios pueblos vecinos. Por lo general a las once de la noche se otorgaban los tradicionales presentes a la imagen del Niño en el Altar del nacimiento por las delegaciones de las pastorelas,
A las once ya los padres de Danielito esperaban alguna señal acordada por la persona encargada de la seguridad del altar, para presentar a su hijo. Pero no hubo ninguna señal especial.
Llegada las once en punto, Danielito de pie frente al nacimiento, mientras contemplaba la bella Imagen del Niño Dios recibió en su mente una divina orden “Daniel acércate a mí; este momento que los pastores se han retirado. Ven, arrodíllate y escucha: Mi Padre Celestial me ha encomendado velar por ti y tu familia. Tus padres son personas piadosas pero su pobreza les hace actuar en contra de su propio sentir y pensar. Tu madre entre lágrimas clama a mi Padre. Tu padre entre su propio escepticismo también llora por poder gozar del amor y la Gracia de Dios. Mi Padre ha visto las lágrimas y escuchado el clamor de tu madre, y de tu padre ha escuchado el llanto y expresiones de angustia en busca de perdón por su falta de fe. Es por eso, Daniel; que Dios mi padre, otorga el perdón y envuelve con su manto de amor a tus padres, y todo aquel que como ellos, busquen la gracia Divina de Dios. La vida de ustedes cambiará. Tus padres encontrarán un mejor trabajo, y estarán en condiciones de enviarte a la escuela. Tú alcanzarás tus metas, y llegarás a ser un buen mensajero de la palabra de Dios. Que mi Padre te bendiga por siempre; AMEN”.

Y así; un mensaje más del Niño Jesús, se cumplía en este mudo de angustia y desesperación.

Daniel fue; por el resto de su vida, un buen Misionero de la Fe Católica.

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Crisanto Fernández Mejía

Usulután, 28 de noviembre de 2009